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En Las Pulgas, plagas al por mayor

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La sensación térmica de 51 grados y el solazo prendido sobre nuestras cabezas nos hace presumir que son cerca de las doce. Hasta hace poco, desde esta esquina que hermanan las avenidas Libertador y Padre Áñez, el deslave humano entre Las Playitas y el malecón de Maracaibo era signo evidente de la proximidad del mediodía. Unas 70.000 personas entretejían sus pasos y su premura hacia el norte, hacia el oeste y hacia el sur, enhebrando encuentros con vendedores ambulantes, transportes de variopintas capacidades y formas, policías, guardias nacionales, charcos de agua, carretas, tarantines y basura, de regreso a casa. La jornada cotidiana de Las Pulgas estaba por terminar. Igual por casi medio siglo.

—¿Hasta cuándo será que va a estar cerrado? —pregunta Angelita mientras caminamos este vacío de avenidas, de islas, de comercios, de pasos, de voces, de memorias.

—Hasta nuevo aviso, como dijo el gobernador —respondo.

Entonces, recuerdo a Rita Ocando, la empanadera de El Empedrao, esperando el micro de Uniséis a las dos de la madrugada. Puntual se acercaba la unidad, despacio, con sus luces encendidas y su vallenato a todo dar; tal como la mayoría de los vehículos de todas las rutas urbanas que tenían el mercado como terminal y como meca desde antes del amanecer.

Galerías, pasajes, corredores, el total tinglado de acceso al corazón del mercado permanecía con vida, como los inmensos faroles de luz blanca que iluminaban los intrincados vericuetos de su interior. A las tres de la mañana se escuchaba el ruido de carretillas y candados, puertas y containers con voces de metal. Se movían sin cautela mujeres lavando mesas y armando fogatas, anunciadoras del desayuno, en las instalaciones de los alrededores; carniceros y charcuteros levantando las santamarías; buhoneros empujando los carretones de verduras. Y uno que otro borrachito abandonando el bar, desde donde busca una salida a su torpe andar. Un ritual durante miles de jornadas. Desde 1972, cuando lo inauguró el presidente Rafael Caldera. 7.000 decían los folletos de la promoción. 7.000 era la capacidad de trabajadores informales que habrían de ubicarse en los cubículos. Perfectamente alineados, de estreno, los locales se habían distribuido por categorías. Las carnes aquí, mercancías secas más allá, artesanías en el otro pasillo. Todos perfectamente identificados. Así  rezaba el folleto inaugural. 

Poco a poco creció el caos: cualquiera podía llegar con tres coroticos y un remedo de mesa a ponerse a vender. Finalmente, arrimaditos los unos a los otros, se asentaron 22.500 trabajadores informales sin ley, sin Dios y sin Santa María. Esto registran los sindicatos de hoy.

Esta de mayo pasado no es la primera vez que sufre una clausura. En marzo de 2018, guardias y policías con maquinaria pesada y una orden oficial destruyeron los tarantines del ala exterior y confiscaron la mercancía. Entonces la causa era otra: con los escombros se pretendió enterrar la mafia organizada que —según la vox populi y a los cuatro vientos— venía apoderándose del mercado con negocios ilícitos, como la permuta y cambio de monedas extranjeras, el bachaqueo, el contrabando, la compra ilegal de oro y plata y la venta de efectivo al 110%, cuando ni en los bancos se encontraba una puya.


Galerías, pasajes, corredores, el total tinglado de acceso al corazón del mercado permanecía con vida, como los inmensos faroles de luz blanca que iluminaban los intrincados vericuetos de su interior. A las tres de la mañana se escuchaba el ruido de carretillas y candados, puertas y containers con voces de metal. Se movían sin cautela mujeres lavando mesas y armando fogatas, anunciadoras del desayuno, en las instalaciones de los alrededores

Marlene Nava Oquendo

Inicialmente invadieron toda el área con mesas repletas de efectivo de diferentes denominaciones y gestores ofreciendo a gritos sus “productos”. Maracaibo entero fue testigo de cómo se fueron haciendo dueños y señores del mercado financiero local: fijaban precios a las monedas extranjeras, determinaban la validez y el uso de algunas denominaciones —no se aceptan billetes de 2.000, por ejemplo. Y llegaron a ponerles nombre y apellido a los costos de los pasajes de carritos y buses y otros servicios en la ciudad. Vimos con asombro cómo prohibieron los billetes de dólar “porque no los recibían en Maicao”. Y santa palabra: en Maracaibo nadie los acepta.

Bajo la sombra del humor marabino, al mercado principal se le comenzó a llamar el Wall Street maracucho. Y las denuncias al respecto eran diarias: por las tardes, comentaban, camionetas y camiones recogían cajones llenos de billetes con destino, según los chismes, a Maicao. Algunos endilgan estos negocios “a los árabes de por aquí” y otros “a los militares”. Así, en genérico. 

Lo cierto es que en la calle 13 de Maicao aún se leen avisos tales como: Compraventa de bolívares, que escoltan mesones repletos de billetes venezolanos. Y la Guardia Nacional registra un auge en el decomiso de estos en los puestos de control fronterizo, con astronómicas sumas. La prensa local y colombiana reseña frecuentemente estos decomisos.

Pero entonces apareció el coronavirus. Y aunque el bichito chino rondaba desde hacía tiempo, las primeras alarmas sonaron en el mes de marzo. Sin embargo, no fue sino hasta mayo cuando el gobernador del estado Zulia, Omar Prieto, y su cuerpo de asesores se percataron de que el virus también se había arrimado a los tarantines y durante dos meses había estado en contacto diario con más de 50.000 personas.

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Tan sobresaliente resultó este foco de contagio que llegó a ser reseñado por el New York Times en su edición del 23 de junio pasado, y por la agencia internacional de noticias Reuters un día después. Mientras, Hinterlaces informaba el 10 de junio: “El coronavirus amenaza a Venezuela desde Maracaibo”. El caso es que el gobernador tomó los pasillos de Las Pulgas el 24 de mayo, se apertrechó con un equipo de prensa y anunció el cierre del mercado, oficialmente calificado, en sus propias palabras, como “la matriz de contaminación del COVID-19 en el Zulia”. De paso, con las cifras más altas de todo el país.

La situación, según la primera autoridad regional, “tiene que ver con la relación paramilitar, con los que llegan de Colombia, que hacen el mercado en Colombia, el negocio en Colombia, que hacen el cambio de la moneda en Colombia y van todas las semanas y vienen todas las semanas”. Esta fue su conclusión. 

La pandemia le robó el show a los trajines financieros, las ganancias fáciles a las mafias, el pan nuestro de cada día a un altísimo porcentaje de los maracaiberos, así como a la población flotante que, a diario, se surtía de productos de primera necesidad en viajes rutinarios desde la Costa Oriental del Lago y de los estados Trujillo, Lara y Falcón.


an sobresaliente resultó este foco de contagio que llegó a ser reseñado por el New York Times en su edición del 23 de junio pasado, y por la agencia internacional de noticias Reuters un día después. Mientras, Hinterlaces informaba el 10 de junio: “El coronavirus amenaza a Venezuela desde Maracaibo”

Marlene Nava Oquendo

Tanto el Colegio de Médicos del estado Zulia, en declaraciones a la prensa, como el periódico newyorkino encontraron en la insalubridad y el hacinamiento el caldo de cultivo para este resultado. Dos meses más tarde, la situación persiste: el Zulia, con 2.585 casos hasta el 20 de julio, encabeza la lista de los estados que registran la mayor cantidad de contagios reseñados en el país desde la Vicepresidencia, donde la oficialidad habilita desesperadamente espacios para aislar a los infectados, cuya cifra real se desconoce. Y así han echado mano de hoteles, centros de enseñanza, centros de eventos y centros culturales (hasta la Biblioteca Pública del estado) en un improvisado esfuerzo por tratar de evitar la expansión que se diagnostica como exponencial ante el crecimiento exorbitante de los contagios, que llevó a las autoridades a suspender la atención de otras patologías en el Hospital Universitario y a concentrarse en los casos de coronavirus, según El Nuevo Día del 17 de junio.

Mientras tanto, los habituales buhoneros de Las Pulgas se acomodaron con sus corotos y su afán de supervivencia en sectores aledaños, como Pomona y Sabaneta, causando alarma entre los vecinos. Esto reseñaba la prensa del país, particularmente El Nacional en su versión digital de la misma fecha.

Y aunque el gobernador juega a dar esperanzas, la reapertura de Las Pulgas se percibe muy lejana. Entretanto, la cesta básica se dolariza, tal como alertó el presidente de la Cámara de Comercio de Maracaibo, Ezio Angelini, que estimó en 500 dólares la canasta básica al denunciar que el 95% de la actividad comercial del Zulia se maneja con la moneda norteamericana; las mafias actúan desde la clandestinidad en la frontera, según reseña a diario la prensa; la escasez de gasolina, también denunciada por Fedecámaras Zulia y los gremios regionales, se acentúa, y en la vida de los maracuchos se cocina una desnutrición masiva.

Un informe de Cáritas de diciembre pasado establece que “las parroquias con la mayor proporción de desnutrición aguda global son las de los Estados Falcón, Yaracuy y Zulia, que se mantienen en niveles incluso superiores a los umbrales de emergencia”.

—Será que si no nos mata el virus —dice Angelita— nos moriremos de hambre.


MARLENE NAVA OQUENDO | @marlenava

Individuo Número de la Academia de la Historia del Estado Zulia, fue directora de Cultura de la región, profesora de LUZ y ha realizado un denso trabajo en pro del rescate de la cultura e historia mínima de la ciudad.

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