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miércoles, 3 julio, 2024
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Comerciantes en Caracas vivieron un día de asueto este #26Mar

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Caracas. Caracas parece haberse resignado a la oscuridad. Los únicos locales comerciales abiertos eran los que contaban con planta eléctrica este martes, 26 de marzo.

Las actividades laborales y escolares fueron suspendidas por 24 horas. Sin el Metro y con pocas unidades de transporte terrestre, la ciudad parecía vivir un asueto.

Aun así, muchos caraqueños resolvieron cumplir con sus jornadas. En Petare, municipio Sucre, María Ivanna decidió abrir su negocio, un local en el que vende productos de primera necesidad, porque desde la semana siguiente al primer apagón tiene deudas con sus proveedores.


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A media mañana, no había logrado vender nada. “No hay efectivo y la poca gente que compra es porque tiene verdes –dólares– , es la única forma”.

En ese comercio, las compras no superaban los 10.000 bolívares y lo que más se llevan son huevos. María cree es porque es un resuelve para muchos. Los que pagan con divisas, según María, es porque están desesperados y piensan que pasará algo peor.

“Aunque peor que esto, imagínate. Yo no entiendo cómo pasa esto en un país petrolero, es increíble”, se cuestiona.

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En menos de 24 horas, de acuerdo con reportes de El Pitazo, la capital venezolana y otros 17 estados sufrieron dos apagones.

Jorge Rodríguez atribuyó la falla a un “nuevo ataque al Sistema Eléctrico Nacional (SEN)” en el estado Bolívar; aunque no precisó qué porcentaje del territorio nacional fue afectado.

A diferencia del primer blackout eléctrico, que comenzó el jueves 7 de marzo y dejó al país en penumbras durante tres días y dos noches, esta vez, imperaba una actitud de resignación en los ciudadanos.

Poco se escuchaban maldiciones y las menciones a la madre de Nicolás Maduro y por encima del silencio se levantaba la pregunta de cómo es que pasa esto en “un país tan rico como Venezuela”.

Jesús Manzanilla, otro comerciante de Petare, aseguró sentirse decepcionado; aunque confía en Dios, le frustra la situación, porque se afecta el comerciante y el pueblo.

En toda la mañana, no hizo ninguna venta. Recordó que, durante el primer apagón, la gente compraba poco: “Se llevaban 5.000 bolívares de queso, 10.000 de mortadela; no más de eso”.

Jesús nunca había vivido algo así. Cuando se le pregunta si tiene algún plan de contingencia levanta los hombros y suelta una risa irónica.

Motorizados sin clientes

No solo los comercios se detienen, también la movilidad. Por ejemplo, en otrora, los motorizados eran la solución cuando el metro, por alguna falla, colapsaba; pero sin puntos de ventas ni posibilidades de hacer transferencias, no hay clientes para estos transportistas.

Cinco conductores de una línea que funciona en La California conversaban mientras la gente pasaba caminando.

“No, este negocio está muerto. Eso era antes que la gente tenía efectivo”, exclamó uno de ellos. De cinco, solo dos tuvieron trabajo en toda la mañana: una carrera cada uno. En medio de esta coyuntura, aceptan como forma de pago, además de bolívares, dólares y productos no perecederos.

No había pasajeros que trasladar, pero ellos aseguraban que preferían estar ahí, por lo menos conversando, que, en sus casas, sin electricidad y, por supuesto, sin señal telefónica.

Los que se devolvieron a casa

Quienes cruzaban la ciudad de este a oeste lo hacían para volver a casa luego de una jornada laboral que no sucedió.

No había Metro, aunque sí metrobuses. El sistema de transporte subterráneo habilitó unidades terrestres y desde Plaza Venezuela salían hacia Petare, La Rinconada y Propatria.

Edwin Acosta esperaba un autobús afuera de Zona Rental para regresar a su casa en Plaza Sucre, Catia.

A primera hora de la mañana, llegó a la empresa en la que trabaja, en La Trinidad, y sus jefes les informaron que debían volver y dispusieron de un carro que los dejara en esa parada. “Yo estoy tranquilo, si no hay luz mañana, no iremos, porque imagínate”, expresó.

Keisy Soto también planeaba devolverse, aunque no había llegado a su lugar de trabajo. Tomó una camioneta desde La Vega, parroquia en la que vive, que la dejó en Chacao.

Allí agarró otra que la dejaría en Los Cortijos y estando allí se imaginaba que no tendría nada que hacer, como sucedió en el apagón del 7 de marzo: “Yo ese viernes -8 de marzo- llegué y no había nadie, supongo que esta vez será igual”.

Keisy no se veía ni molesta ni preocupada, afirmaba que como llegó, podía regresarse, de todas formas, no había tráfico ni colas de gente esperando en las paradas.

“A pesar de todo, hay mucha gente responsable, ¿verdad? Porque, aunque no hay luz, uno igual sale a trabajar”, dijo.

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