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Siempre ignoré las caras de las niñas de la calle; tanto que llegué a pensar que no tenían rostros. Pero me tocó verlas a los ojos. Mientras escribo esto, Camila y Mónica van de un supermercado a otro con la esperanza de que algún comprador les regale algo para llevar a casa. Juliana y Valeria siguen haciendo malabares en un semáforo en el este de Caracas para poder comer. Andrea busca en diferentes retenes y casas hogares de la ciudad a su hijo que se escapó para pedir comida en la calle y desapareció.
Esta quizás sea más mi historia que la de ellas, pero no podría contarla si no las hubiese conocido, si no me hubiese sentado en una acera a conversar, si no hubiese corrido para alcanzarlas, si no hubiese enfrentado el miedo. No podría escribir esto si no hubiese mirado sus caras.
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