Cuentos de cuarentena –32–

Tengo una idea general de cuál es el principio y el final de un día de limpieza, pero muy poco comprendo del proceso. Sé, por ejemplo, que lo primero es barrer y luego coletear, pero, ¿y aspirar? ¿Se hace aunque ya se barrió el piso? ¿Se complementa aspirando en las esquinas? Mi mamá dice que desde pequeños nos ponía a mí y a mis hermanos a limpiar, pero algo debe haber pasado en mí porque no tengo huella de esa experiencia.

Lo que es seguro es que la limpieza se hacía los domingos. Sé que es mi día 155 de cuarentena pero no sé exactamente qué día es, así que dejaremos que la escoba sea el calendario. Si hoy se limpia, es porque hoy es domingo.

Me doy cuenta cuando hay más de cuatro manchas en el piso de la cocina o cuando el sapito negro de cerámica que compré en aquella tienda china ya no es negro sino gris. Me gusta ese sapito. Me gustan los sapos en general. Los sapos, no las ranas. Los sapos tienen una majestuosidad particular, una especie de calma imperturbable, algo que va en otro ritmo. Las ranas son más cotidianas, mucho más inquietas, indisciplinadas, como yo. Mientras limpio el sapito con un trapo pienso que quizá eso deba responder cuando me pregunten a qué animal me parezco. Diré: “Parezco una rana, pero quisiera ser un sapo”.

En busca de esa imperturbabilidad anfibia estaba yo en la tienda china donde conseguí el sapito. Ahí compré dos velas aromáticas: una de lavanda y otra de geranio. Aproveché para comprar un marco de fotografía donde puse la foto de Alejandro, mi padrastro, un tipo genial que me vio crecer. Falleció inesperadamente hace un año en Caracas. Ese marco también está cubierto de polvo y Alejandro también era imperturbable.

Lo único que quizá lo hubiese perturbado es que me cueste tanto barrer este piso. “No es cualquier cosa” –le diría– “hay decisiones que tomar”. El polvo que vas recogiendo ¿lo dejas en un solo montículo o en varios? ¿Llevas el polvo contigo barrido a barrido hasta estar cerca del bote de basura? ¿O acumulas un poco y vas arrojándolo al recogedor? Con cada barrido llega una revelación y ahí me doy cuenta de que soy de las lleva el mi polvo consigo. A veces hay que barrer para entender.

Ahora el coleto. Aquí en México le dicen “trapeador”. Si barrer es reflexivo, esta parte es completamente teatral. Así que me permito un pequeño performance, algo que probablemente sea un error en la lógica ortodoxa de limpieza de casas: agarro la botella de detergente y como si bendijera a mis fieles, vierto un chorro enorme del líquido fluorescente en el suelo y empiezo a coletear, perdón, a trapear. Esta tarea es mucho más sencilla que cuando coleteaba en mi casa en Caracas, con aquellos pisos de terracota viejísimos, que absorbían el polvo como si se alimentaran de él. Eran pisos tercos: el piso de mi casa en México es más dócil, más permeable. Debería ser más como este piso y más como un sapo.

Parece que falta poco para terminar, pero qué se yo. Hoy estoy un poco más triste que la última vez, así que la escoba, el coleto y yo hicimos un trato: pretenderemos que levanté todas las macetas y limpié las esquinas a fondo. Será nuestro secreto. El sapito resplandece, el único testigo de mi método sin método, de mi soliloquio; el único imperturbable en esta cuarentena.

CLAUDIA LIZARDO ARAUJO