Cuentos de cuarentena –7–

Supe que ya tenía demasiadas semanas en casa cuando, a eso de las dos de la madrugada, fui a la cocina —prendiendo luces y haciendo ruido— a servirme un vaso de agua directamente de la marmita. Yo que vierto el chorro y un tuqueque olímpico que sale nadando asustado, cae dentro del vaso y, con el mismo impulso, pega un brinco y se adhiere jadeante a la ventana. El susto fue mutuo. Nunca antes un “suborden reptil quizá del Cretáceo superior” había llegado a este apartamento del piso 10. Y así nos quedamos viéndonos, midiéndonos, con cara de: “¿Y para dónde tengo que correr?”. Amaneció y tras un cabeceo, ¿suyo? ¿mío?, se fue. Como estamos en cuarentena, viene todas las madrugadas y me sigue intimidando. Él como que está cobrando más valor y ya reclama su territorio. Ahora lo llamo Juancho.

CAROLINA ESPADA
–Venezuela–