Cuentos de cuarentena –13–

Durante la cuarentena, una furia de aprendizaje se apoderó de la gente. Innovaciones tecnológicas, arte culinario y “coaching”. Una misteriosa compulsión nos lanzó a inscribirnos en una gran variedad de cursos. “Busca y encontrarás”, dice la Biblia, ¿o es @LaDivinaDiva?

Busqué y encontré un grupo: Escritura Terapéutica. Sonaba bien y me uní a ellos para participar. La moderadora propuso como ejercicio contar qué haríamos al terminar la cuarentena. Y esto es lo que yo dije: “Cuando termine la cuarentena iré a Miami a ver a los amigos y a ese amor por el que, como cantaba Gardel, ‘guardo escondida una esperanza humilde / que es toda la fortuna de mi corazón’”.

Vivo en Atlanta y hace un tiempo pensé que, para romper la rutina del trabajo, recordar viejos tiempos y examinar opciones de futuro, me convenía viajar a Miami. Completé los preparativos del viaje y esperé a que llegara el día. Pero dice la sabiduría popular que “el hombre (y la mujer, por aquello del lenguaje inclusivo) propone y Dios dispone”. Y dispuso que un huracán, monstruo climático, se acercara a la ciudad de Miami. Planes cancelados. Otra vez sería.

Nueva oportunidad, ya acercándose la primavera: búsqueda de vuelos, pasaje y, de repente, #Quédateencasa. Un virus peligroso se contagia por secreciones, se sospecha que se mantiene vivo en los metales, se transmite si te miran feo y si te abrazan mucho. Y, como aquella película del cine venezolano de los ochenta, Adiós, Miami.

Para el tercer intento prepararé todo en absoluto secreto, no vaya a ser que el destino o Bill Gates, o el cambio climático, Greta Thunberg, el gobierno chino o Donald Trump den al traste con mis planes haciendo aparecer extraterrestres criaturas precedidas por la voz de Orson Wells, como en La Guerra de los Mundos, o al estilo de un episodio de Perdidos en el espacio, serie que acostumbraba ver en el querido televisor a blanco y negro tomando un gran vaso de Toddy.

LUCIENNE BEAUJON
–Venezolana en Estados Unidos–